Me parece que lo que Alí Benítez intenta es destripar el sentido de la poesía, mostrarnos sus vísceras latentes y moribundas para evidenciar la inutilidad de cualquier lógica que pretendiera explicarla y, como autor, nos condena a caer en ese afilado resplandor que nos ciega al mostrarnos que es en su propia descomposición en donde el sinsentido está cargado de significación... -Macarena Huicochea


Aunque no lo parezca, Esto claro que NO es poesía, es una obra totalmente involuntaria, por lo menos (y al principio) en el noventa por ciento del contenido, pues es el resultado de una serie de textos originados por el hartazgo que me provoca la seudopoesía que prolifera actualmente. Esa "me inspiraba" sin planearlo. Luego me percaté de que ya tenía varios textos de la misma naturaleza que formaban como en automático un libro.

Así nació Esto claro que NO es poesía, uno de mis libros más ambiguos en cuanto a intención creativa, pues brinca de la observación a la parodia, al sarcasmo e incluso a la crítica y la esperanza, de modo que algunos textos terminan siendo "serios" y hasta "bonitos" para algunos, cuando la intención original era otra. Me recuerda lo que alguna vez escuché del popular grupo de ¿rock? Moderatto, que supuestamente empezó parodiando a sus bandas musicales preferidas, pero su parodia tuvo tanto éxito ante el público que luego la tomaron como su estilo propio, pues total vendía y vende muy bien. 

Sin embargo, mi obra Esto claro que NO es poesía no pasa el detector de metal para todos, hay seres extraños por ahí que logran ver más allá de un "texto bonito", y notan mejor dicho una risa, o hasta una intención malvada. Es el caso de la escritora Macarena Huicochea, quien tuvo el honor (risas, por favor) de estar a mi lado y presentar esta susodicha obra (que luego inspiró el humor caricaturista de Carlos Varela e inspiró una breve pieza musical instrumental titulada "Licuado de fresa" compuesta por el clown Daniel Gutiérrez El Gallo, otro de los presentadores en la presentación oficial junto a Denisse Pohls).  

La detectora de mi armamento antiseudopoético, Macarena Huicochea, compartió unas palabras de evidente lucidez, tan observadora, presentó mi obra con la ambivalencia que merece. Comparto intacto la memorable presentación ocurrida en el Instituto de la Cultura y las Artes de Cancún, meses antes de sospechar que vendría un virus pandémico más importante y grave que la poesía.




La no poesía de Alí Benítez

Macarena Huicochea


No puedo asegurar que conozco a Alí Benítez, tampoco me atrevería a asegurar que somos amigos (aunque nos una el Facebook y me ría con su humor agridulce y su inteligencia mordaz). Lo único que puedo asegurar es que, como me ha sucedido con amigos y enemigos, siempre es un reto que me inviten a presentar un libro que no conozco y que, cuando lo leo, deja en mi más desconcierto que certezas.

Coincido con la astuta impertinencia del título, con el afán oscuro de quien pretende expresarse con la palabra y se descubre preso de una red en la que pocas veces se logra “pescar” algo que realmente signifique comunicarse con un lector y consiga, por lo menos, hacer que su inteligencia boquee como pez fuera del agua y se estremezca ante el misterio de la existencia con el que suele confrontarnos la poesía.

Y es que el libro Esto claro que NO es poesía se convierte en una bofetada risueña que cuestiona las pretensiones de escritores y las expectativas de lectores que esperan encontrar las mismas convenciones de siempre; pero es, al mismo tiempo, un extraño contorsionismo entre cierta fanfarronería intelectual (un tanto existencialista) y la humildad de quien es capaz de mirarse a sí mismo y a los demás en la justa medida que permite una carcajada burlona ante el espejo… 

Si hay algo que resaltar en esta propuesta de Alí Benítez es la de que  tiene el encantador  cinismo de invitarnos a caminar sobre el filo de nuestros espejos rotos, en medio de una decadencia social en donde la putrefacción se encubre con perfumes de palabras, concursos, becas y demás carnada con la que las instituciones y los artistas juegan el perverso juego de las simulaciones y complicidades que nos impiden alcanzar el ideal poético del hombre prehispánico: “tener un rostro y un corazón verdaderos”.

Esto claro que NO es poesía ha tenido el atrevimiento de hacer de la ironía, el humor caustico y de un incierto nihilismo una forma de confrontar a quienes, al leerlo, nos asomamos al abismo de nuestro propio reflejo vacío y leemos cada frase (¿o verso?) con el pánico de desbarrancarnos en nuestros  engaños narcisistas… aferrándonos a la desgastada cuerda (o podría ser “horca”) de palabras que eluden la poesía y se transforman en racimos de “no poemas”.

No estoy tan segura de las intenciones del autor, ni siquiera sé si realmente éste era consciente (al escribirlo y al corregirlo) del aprieto en que pone a quien osa atreverse a cruzar el umbral de sus palabras… esas palabras que, seguramente, se gestan en zonas oscuras y deambulan por el subconsciente, cual fantasmas, y de pronto se nos presentan intangibles, escurridizas y tan inciertas  como muchas de las preguntas y respuestas con las que pretendemos (¿Oh ilusos¡)  ¿interpretar? … ¿expresar?... ¿cuestionar al mundo, a la realidad y a nosotros mismos?

Me parece que lo que Alí Benítez  intenta es destripar el sentido de la poesía, mostrarnos sus vísceras latentes y moribundas para evidenciar la inutilidad de cualquier lógica que pretendiera explicarla y, como autor,  nos condena a caer en ese afilado resplandor que nos ciega al mostrarnos que es en su propia descomposición en donde el sinsentido está cargado de significación, y que resulta inútil tratar de entenderla como quien pretende diseccionar a un ser vivo para descubrir en qué consiste la vida.

Ya he olvidado cuántas veces he presentado libros de poetas y escritores, pero pocas veces he sentido una honestidad tan perversa y dispuesta a mostrar su propia miseria y la de todos los que pretendemos escribir y nos estrellamos con la ferocidad de las palabras, con su indocilidad  y, al mismo tiempo, con todo el poder que representa para nuestra especie,  que  pretende nombrarlo todo.

Es como si Alí se burlara de cualquier pretensión de intentar atrapar o darle sentido a la condición humana: tan absurda, contradictoria y desamparada… para renunciar asumiendo que los conceptos sólo estrangulan la mirada.

Como editora y presentadora, algunas veces me ha resultado nauseabundo tener que leer algunos textos que son un atentado contra la legua y la literatura (o una mentada de madre a la poesía), pero he tenido que obligarme a hacerlo, tratando de encontrar algún sentido, descubrir la intención o simplemente tratar de hallar la propuesta del autor… en este caso, puedo asegurarles que la lectura resulta un reto, ya que exige una disposición a contemplar como las palabras se devoran, se rompen, se pelean, se torturan y se retuercen a sí mismas en una batalla que termina por dejarlas exhaustas, sangrantes y gritando ante nosotros el reconocimiento de su propia impotencia ( y la nuestra) para revelar un rostro unívoco, sencillo y complaciente.

Confieso que ha sido una grata (y tal vez masoquista) experiencia ésta de atravesar el laberinto expresivo de Alí Benítez, quien demuestra una perversa habilidad para convocar en nosotros los callejones oscuros de la memoria colectiva, para incitarnos a transitar por las barracas en las que almacenamos silencios y máscaras que no reconocemos como propias, afanados en cosechar aplausos y reconocimiento a cualquier precio; incluso el de traicionar el verdadero desconcierto y la nada que, inexplicablemente, nos hacen refugiarnos en la escritura y las palabras.

Al igual que el autor, coincido en que sería muy difícil englobar este libro en el concepto de poesía… pero, más allá de lo melodramático o trágico del título y la fanfarronería que implica, me parece que hay mucho que trabajar en esta propuesta que, a pesar de la necedad del propio Alí, podría, en algún momento, reivindicarse…

Si así fuera, yo sugeriría al autor que no tuviera reparo en derrumbar lo inútil (unos cuantos versitos cacofónicos y lugares comunes) para reconstruir o resucitar esta hibridación que le hace guiños al ensayo filosófico, al relato autobiográfico y -pesar de su afán-  incluso logra algunos destellos de  imágenes y ritmos poéticos de gran calidad que, por desgracia, a veces  se tropiezan con resonancias panfletarias.  A fin de cuentas,  este engendro es reflejo de su creador y de la sociedad en la que ambos fueron pergeñados, pero  creo que valdría la pena pulir esta propuesta que tal vez, quizá, podría sorprendernos con los atractivos resplandores que palpitan escondidos  -y sin pulir-  en su interior. 

Finalmente, únicamente me resta comentar que reconozco y soy cómplice del demoniaco incienso de la rebeldía de cada uno de estos no poemas, de la incertidumbre y la desesperación que caracterizan nuestra constante huida del sin sentido, y de la irónica mueca de quienes pretendemos escribir y que, parafraseando a Serrat: “buscamos nuestras piedras filosofales, rondando en sórdidos arrabales, donde bajan los dioses sin ser vistos”.

Enhorabuena y gracias, Alí Benítez, por correr el riesgo de mostrarnos el reflejo de nuestra mirada ciega y de nuestra torva sonrisa ante el abismo… e incluso por comprometernos a ser parte de la inutilidad de nuestros afanes por crear o presentar poesía o no poesía… pero, lo sabemos: seguiremos haciéndolo, aunque parezca un sinsentido… Así somos.


Cancún, México, 29 de junio 2019