Últimamente me he dado cuenta de algo no tan interesante si se desmenuza con objetividad crítica. Las colaboraciones suelen ser felicitadas nomás porque sí, ¿pero realmente las colaboraciones literarias son signo de colectividad y movimiento? No es así. 



"Vamos a hacer algo": Las colaboraciones son individuales


"Vamos a hacer algo", es una constante invitación entre ciertos escritores o artistas independientes, se trata evidentemente de sumar fuerzas y lograr algo importante con la combinación de talentos y seguidores de cada participante. Lo que no alegra mucho al mundo de la creatividad es que las intenciones de "vamos a hacer algo" sean solamente "sumar" y sobre todo cuando la cuestión es: ¿sumar qué?

Si tan solo se trata de sumar impacto, el proceso creativo tendría una inclinación a estar contaminado de protagonismos o por el contrario, y tal vez aun peor, podría contaminarse de "desapercibidos". Esto se detecta sobre todo en las antologías literarias, especialmente en las de "poesía". Los inseguros se juntan con los expertos, por así decirlo, y se juega un juego de distracciones en las que la propuesta corre el riesgo de quedarse solo en la fachada, en su manera de presentarse como "un logro". 

Parece que las colaboraciones resultan ser una buena oportunidad para camuflar errores y lagunas estructurales de una propuesta, para camuflar a su vez a los propios autores, tanto a los que ostentan cierta experiencia como a los que ostentan cierta humildad, porque la humildad también es una virtud falsificada en autores cuya pretensión es venderse como personas sencillas que no necesitan explotar su talento o que no necesitan mediante su talento explotar su obra en el aspecto económico por ejemplo; de tal modo que, es incluso, un mecanismo de pre-defensa al "fracaso" (en ventas) visto por quienes no profundizan en el significado del mismo. 

Esto ocurre sobre todo con los autores aferrados a la autogestión, lo cual es digno de admiración pero al mismo tiempo requiere congruencia y responsabilidad. Es una verdad tan simple y tan verdadera, y también, desgraciadamente, tan pasada por alto que: cantidad no es calidad. A veces sí lo es, aunque resulta inusual; lo cierto es que la prisa por tener "logros" lleva a los autores a realizar obras ligeras e inmediatas [con rapidez], sumando errores y restando impacto cuando el público es un mismo grupo comprometido a ser fiel. Frecuentemente ese grupo son otros autores, algunos familiares y unos cuantos amigos. 

Entonces, cuando se lanza una antología, a menudo el experto quiere renovarse y huir de sus errores, mientras que los novatos quieren sentirse respaldados por colaborar con los expertos. Mientras que, en la ligereza de la fabricación, la propuesta se debilita ante la falta de coordinación. Tal falta de coordinación ocurre debido a que en dichas colaboraciones no hay suficiente química o engranajes, no hay suficiente conexión, y se trata mejor dicho de individualidades usándose unas a las otras. Camuflándose unos detrás de otros.  


De todos modos no pasa nada 

Lamentablemente, el camuflaje literario en las antologías no tiene repercusión ante los demás, ni positiva ni negativa. Ya que la literatura y el arte no están en su mejor momento. Es normal que si además son independientes, emergentes o autogestivas, sean más ignoradas.





Así que el propósito no es desacreditar a los que han recurrido a tal camuflaje, algunos temerosos de no tener en realidad talento o de no saber hacer algo de forma digna, sino que se trata de una observación sobre una repercusión personal en cada autor: la prolongación de la pérdida de tiempo. 

Está bien perder el tiempo de vez en cuando, es incluso saludable. Pero cuando se convierte en un hábito o en un estilo o en una recurrencia, entonces la pérdida de sentido y la absurdidad nos dicen que se está en un estado como de letargo, inútil, alarmante, crítico. 

Cuando se pierde mucho el tiempo en algo, mínimo hay que obtener un aprendizaje y luego diseñar estrategias para dejar de perderlo o para convertir esa pérdida en un descanso o hasta en una especie de curso para aprender de los errores cometidos en tal etapa, y reafirmarse que fue solo una etapa, por más larga que haya sido, y no permitir que la etapa se convierta en un estado permanente. 

La autocrítica debe ser real y sin simulaciones, debe ir directo a cuestionar el propósito de la generación de obras tanto individuales como las de tipo antología. Si se busca cierta trascendencia (individual), esconderse en los títulos, las portadas o los atrevimientos, las citas o las colaboraciones, entre muchas cosas más que pueden servir para esconderse, será lo más improductivo y vacío que se pueda "lograr".