No tiene mucho que conocí a un cantor de esos que propagan su voz por los cerebros que están cerca. Extiende su melodía y melancolía al recuerdo de quien presenció su canto, haciéndole inevitablemente un cómplice duradero, recurrente. Su capacidad de quedarse anclado a otras voces que lo repiten en tono de vicio, se debe a su autenticidad humana, a su creatividad humana. Tiene de cierta manera el poder poético de transmitir lo real y hacer de la nostalgia un reconfortante suceso musical, destaca su uso elemental de una guitarra, que bien puede estar acompaña de otro u otros instrumentos o sencillamente no, habla por sí sola a lado de la voz de su cantor. 

Chris Becerril es seguramente uno de esos seres que le causarían la siguiente pregunta a Aristóteles: "¿Por qué todos los hombres que han sobresalido en filosofía, política, poesía o artes parecen ser melancólicos?" La respuesta yace, desde mi punto de vista, en la necesidad humana, espiritual, emocional, piscológica, de exteriorizar los sentimientos, sin tapujos, como son, auténticos, y en forma de arte genuino. Al expresar un ser a otro ser un sentimiento profundo, se rompe una soledad, se genera una compañía y hasta una amistad; y cuando ese sentimiento expresado va en forma de arte, de canción, el efecto es todavía más trascendente, se impregna una sinceridad y un recurso del conocimiento basado en experiencia, o sea, una herramienta que nos reconstruye algún deterioro de la casa de nuestra alma. Entonces mediante la canción el cantor, quien convirtió su dolor o alegría en una obra artística, establece una conexión intima con el alma que lo capta, le invita a viajar y a emborracharse en la misma intensidad, peligrosidad y alivio, aunque eso depende de la intención previa del escucha. 

Chris Becerril es esa clase de artista cuyo arte es su modus vivendi, lo cual le hace vivir en vértigo emocional, hace sacrificio de su propio corazón para nosotros, quienes vamos volviéndonos culpables de su compleja trascendencia; y entre los que le pensamos, nos tronamos los dedos porque encuentre el equilibro entre sus viajes y el ron, pues esta vida es un viaje ya de por si letal.