Introducción
Vivimos en una época que confunde velocidad con lucidez. El pulgar se desliza, el ojo salta, la mente brinca de estímulo en estímulo. Y entre ese zumbido digital surge una pregunta tan incómoda como recurrente: ¿nos estamos volviendo más tontos con el avance de la tecnología?
No se trata de nostalgia ni de catastrofismo. La cuestión va más allá de los memes y los algoritmos: interroga la manera en que pensamos, recordamos y prestamos atención. En un mundo donde lo urgente suplanta lo importante, pensar despacio se ha vuelto un acto revolucionario.
1. El mito de la decadencia cognitiva
Desde Sócrates —que temía que la escritura atrofiara la memoria— hasta los detractores del teléfono inteligente, siempre hemos sospechado que cada nuevo invento erosiona la inteligencia humana. Pero la historia cuenta otra cosa: la escritura amplió la memoria colectiva, la imprenta multiplicó el saber, Internet disolvió fronteras de acceso al conocimiento.
El Efecto Flynn (Flynn, 1984) mostró un aumento sostenido en los promedios de coeficiente intelectual durante gran parte del siglo XX, producto de mejoras educativas, nutricionales y cognitivas. Sin embargo, investigaciones recientes (Bratsberg & Rogeberg, 2018) indican una leve reversión en ese crecimiento, lo que algunos interpretan como una posible señal de “declive”. Pero la clave no está en el CI, sino en lo que medimos: quizá hoy pensamos de otra manera, no menos, sino distinto.
2. Inteligencia desplazada, no perdida
La tecnología no destruye la inteligencia: la desplaza. Antes, el mérito consistía en memorizar; hoy, en interpretar, conectar y discernir. La mente humana ha externalizado parte de su memoria a la nube, y aunque eso reduce la retención, amplifica la posibilidad de asociación. Lo que parece estupidez puede ser, en realidad, reconfiguración cognitiva.
Nicholas Carr (2010) advirtió en Superficiales que la hiperconectividad erosiona nuestra capacidad de concentración profunda. Y sí, las redes sociales entrenan el cerebro para la gratificación inmediata, no para la contemplación. Pero el desafío no es volver atrás: es recuperar el control de la atención en medio del ruido.
3. Entre la distracción y la inteligencia colectiva
Mientras las capacidades individuales de enfoque se debilitan, las colectivas se expanden. La humanidad colabora, comparte, crea conocimiento a escala inédita. Jamás hubo tanta información disponible, aunque eso mismo nos enfrenta a una paradoja: más datos no significan más sabiduría. La abundancia informativa puede convertirse en una forma de pobreza mental.
Por eso, hablar de “humanos más tontos” es confundir el síntoma con la estructura. No hemos perdido inteligencia: hemos perdido criterio de atención. Y sin atención, ninguna inteligencia florece.
4. Tecnología: espejo de nuestra lucidez
La tecnología no es el enemigo, sino el espejo en el que se refleja nuestra manera de pensar. Nos puede volver dependientes o puede expandir nuestra mente; todo depende del modo en que la habitamos. Si convertimos el scroll en una extensión de la curiosidad y no en un mecanismo de escape, la pantalla deja de ser prisión para volverse laboratorio.
El problema no es el algoritmo: es que olvidamos que también nosotros podemos programar nuestra atención. Usar la tecnología sin perder la conciencia es el nuevo humanismo.
5. Hacia una pedagogía de la lentitud
En lugar de medir la inteligencia por la rapidez con que procesamos información, podríamos medirla por la capacidad de demorarnos. Leer sin prisa. Pensar sin estímulo. Dejar que una idea decante. Esa lentitud no es pereza: es resistencia.
- Resistencia al ruido mental.
- Resistencia a la sobrecarga de datos.
- Resistencia al consumo sin comprensión.
Educar en la era digital implica enseñar a detenerse, a sostener la mirada y el pensamiento. Porque la atención es el nuevo músculo intelectual: se atrofia cuando no se usa, y se fortalece con cada instante de silencio.
Conclusión: futuro humano
No, no nos estamos volviendo más tontos. Nos estamos volviendo más distractibles, que es distinto. La inteligencia sigue ahí, esperando un espacio donde desplegarse. El futuro no pertenece al más rápido, sino al que sepa pensar despacio cuando todo a su alrededor acelera.
En la era del scroll infinito, pensar despacio es un acto de libertad. Y en esa pausa —silenciosa, lúcida, humana— tal vez todavía nos salvemos de la estupidez colectiva.
Referencias
- Bratsberg, B. & Rogeberg, O. (2018). “Flynn effect and its reversal are both environmentally caused.” Proceedings of the National Academy of Sciences. Ver artículo
- Northwestern University (2023). Estudio sobre reversión del Efecto Flynn en EE.UU. Leer fuente
- Carr, N. (2010). Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Taurus.
- Larsson, E. J. (2024). “The Reverse Flynn Effect and the Decline of Intelligence.” Leer artículo
- Polytechnique Insights: Declining Global IQ: Reality or Moral Panic?

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