Foto adquirida de la red social de José Luis Salgado


Hoy en día, a veces es difícil entender cuando un autor está a propósito jugando o cuando está proponiendo algo en serio aunque parezca gracioso o sea muy evidente su carencia de creatividad o sustancia. Presenciamos un escenario de la realidad humana donde todos quieren parecer interesantes aunque no tengan nada importante que aportar. 

La superficialidad y banalidad del mundo ya están bien instaladas en la apócrifa intelectualidad actual, y nos ha llevado a desconectarnos involuntariamente de las genuinas creaciones intelectuales formales, cuyas propuestas sólidas y sustanciales nos podrían hacer mucho bien. 

No podemos negar que la fuerza de la corriente de las inercias actuales es cada vez más potente, reduciendo a los autores y artistas de calidad a simplemente nombres, referencias y citas aisladas, particularmente si son independientes, pues por lo mismo de la superficialidad, se sigue pensando que la intelectualidad corresponde exclusivamente a personajes de traje y corbata que opinan como expertos o a personajes que tienen un gran impacto mediático. Pero muchos de los autores independientes, cuya intelectualidad es indiscutible, han sabido jugar este juego y le han sabido dar la vuelta a la posmodernidad y sus perezas mentales. 

Uno de estos autores es el artista juglaresco José Luis Salgado, radicado en Cancún, donde se le conoce como el Juglar de Cancún, pero cuyo reconocimiento va más allá de su ubicación geográfica. Él, con el siguiente poema que les comparto de su autoría, nos demuestra cómo se pueden usar elementos digamos posmodernos, para tener una creatividad que genere impacto y curiosidad. Cabría mencionar que el impacto por sí solo puede ser meramente transitorio, mientras que la curiosidad mata gatos, o provoca la adquisición de conocimientos ante el deseo de comprobación. 

El poema que comparto se llama "Amor a primera vista", y en él, el poeta juglar José Luis Salgado, hace gala de un bombardeo de ideas, pero no inconexas, sino más bien justificadas en la congruencia estructural de un texto travieso en el que convergen la presunción predispuesta de ciertos posibles lectores (sobre el entendimiento de textos con cierto estilo filosófico juguetón), las referencias implícitas de otros autores de obligada lectura, el encuentro con una generación ambivalentemente destacada, el amor y el derroche instantáneo de creatividad.  

            

Amor a primera vista


Su forma metafísica de ser me cautivó,
la viva representación de la ontología.
Socráticamente pregunté:
¿eres postmoderna o materialista dialéctica?
Mirándome estoicamente a los ojos,
sabiéndose eclécticamente descubierta,
contestó: Soy generación "Y",
me late Simone de Beauvoir.

Un frío aristotélico recorrió mi espalda,
sentí un giro copernicano en el corazón;
ella era el amor marxista de mi vida.
Me entristecí, Schopenhauer saldría de mí
para dar paso peripatéticamente
a los amores cartesianos.

El imperativo categórico de Kant
será nuestra protección -le dije-.
¡Oh!, ¡cariño, me Hegeleas!
Pero, ¿y si la microfísica del poder nos persigue?,
concluyó. Michel Foucault será nuestro
credo de amor -repliqué-.
Siento que te conozco de toda la vida;
estoicamente te amo -le dije-.
Pero para mí Gramsci es la neta del planeta -concluí-.
Filosofémonos toda la vida -me susurró en el oído-.

Mientras recorría mi rostro a besos
-tal como Lévi-Strauss le enseñara-,
dulcemente nos tomamos de la mano
desnudándonos frente al retrato de Sigmund Freud,
expiando nuestras falacias sofistas.

Stephen Hawking desde el púlpito
dio lectura al sermón de la física teórica cuántica.
Nos conmovió hermenéuticamente.
Viajamos a la Brevísima historia del tiempo
recorriendo agujeros de gusano, hoyos negros,
enanas blancas, dimensiones desconocidas.

Epistemológicamente verificamos que tiempo pasado,
presente y futuro, conviven en un mismo instante.
El ser y la nada se hizo repentino.
Comenzamos a temblar.
Nietzsche desde las sombras
nos había estado observando.